Origen del pan de muerto: Así nació la tradición

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Llévate mi alma, quítame la vida, 

pero de mi pan de muerto, ni una mordida 

La celebración de Día de Muertos en México es muy especial dentro de los hogares, pues en ella se recuerda a los que se adelantaron en el camino, a quienes ya no están de manera física. Durante el 1 y 2 de noviembre de cada año, los difuntos regresan a nuestros hogares, siendo ellos, los invitados principales de esta gran fiesta.

El Día de Muertos integra componentes muy característicos, las calaveritas literarias, los desfiles que hacen algunas ciudades, pero sin duda las ofrendas es el principal elemento de esta celebración.

A su vez, las ofrendas son altares que están integrados por diversas piezas, fotografías, objetos como juguetes, veladoras, papel picado, flores, así como bebidas y comida. En este último elemento, el pan de muerto no puede faltar. 

En México, hay un sentimiento especial ante el fenómeno natural que es la muerte y el dolor que produce. La muerte fue descrita por el escritor Octavio Paz como “un espejo de la vida de los mexicanos” que refleja la forma en que hemos vivido y nuestro arrepentimiento.

Cuando la muerte llega, nos ilumina la vida. Si nuestra muerte carece de sentido, fue porque nuestra vida nunca lo tuvo. 

Para nosotros tanto la vida como la muerte no son actos serios, se les trata de frente, no se le ve como un ritual trágico y doloroso de separación, o de pérdida de un ser querido, sino que por el contrario, la celebración del día de muertos recuerda que la muerte permanece siempre cercana a la vida, indica el texto ‘La flaca vino, la flaca pasó ¿y el pan de muerto? ¡la flaca se lo comió!, editado en 2010 por Claridades Agropecuarias de la Agencia de Servicios a la Comercialización y Desarrollo de Mercados Agropecuarios (Aserca).

El pan de muerto, es para nosotros un verdadero placer, tiene su origen en la época de la Conquista, inspirado por rituales prehispánicos, y hoy en día es una de las tradiciones más importantes para las ofrendas dedicadas a los muertos. Las poblaciones, especialmente del centro y sur del país han tenido un gusto particular por ese pan, dedicado a los difuntos que regresan a reencontrarse con sus familias, de acuerdo con la tradición del “Día de Muertos” que se ha heredado de generación a generación desde hace varios siglos.

El gusto por la elaboración de un pan especial para el caso se remonta a la época de los sacrificios humanos y a la llegada de los españoles a la entonces Nueva España, en 1519. Cuentan que era un ritual, que una princesa fuera ofrecida a los dioses, su corazón aún latiendo se introducía en una olla con amaranto y después quien encabezaba el rito mordía el corazón en señal de agradecimiento a un dios.

Los españoles rechazaron ese tipo de sacrificios y elaboraron un pan de trigo en forma de corazón bañado en azúcar pintada de rojo, simulando la sangre de la doncella. Así surgió el pan de muerto. 

José Luis Curiel Monteagudo, en su libro “Azucarados Afanes, Dulces y Panes”, comenta: “Comer muertos es para el mexicano un verdadero placer, se considera la antropofagia de pan y azúcar. El fenómeno se asimila con respeto e ironía, se desafía a la muerte, se burlan de ella comiéndola”.

Otros historiadores han revelado que el nacimiento de ese pan se basa en un rito que hacían los primeros pobladores de Mesoamérica a los muertos que enterraban con sus pertenencias. En el libro “De Nuestras Tradiciones” se narra la elaboración de un pan compuesto por semillas de amaranto molidas y tostadas, mezclado con la sangre de los sacrificios que se ofrecían en honor a Izcoxauhqui, Cuetzaltzin o Huehuetéotl.

También hacían un ídolo de Huitzilopochtli de “alegría”, al que después encajaban un pico y, a manera de sacrificio, le sacaban el corazón en forma simbólica, pues el pan de amaranto era el corazón de ídolo. Luego se repartían entre el pueblo algunos pedazos del pan para compartir la divinidad.

Se cree que de allí surgió el pan de muerto, el cual se fue modificando de diversas maneras hasta llegar al actual.

El pan de muerto tiene un significado, el círculo que se encuentra en la parte superior del mismo es el cráneo, las canillas son los huesos y el sabor a azahar es por el recuerdo a los ya fallecidos.

La celebración de los difuntos se convierte así en un banquete mortuorio dominado por alimentos y flores de color amarillo (el color de la muerte para las culturas prehispánicas) como el cempasúchil, los clemoles, las naranjas, las guayabas, los plátanos, la calabaza y el pan característico de la ocasión.

Algunos historiadores han dicho que este pan de hojaldre, con sus cuatro gotitas o canillas, simboliza los huesos del que se ha ido. La parte de arriba, su corazón. Para otros, el pan lleva las cuatro canillas en forma de cruz, porque con ellas se designan los cuatro rumbos del nahuolli (el universo).

Según la región, se tienen distintas costumbres para elaborarlo; en Puebla, se le ponen semillas de ajonjolí y en Oaxaca se trata de un pan de yema decorado como alfeñique.

En el caso de la Ciudad de México, lo tradicional es verlo cubierto de azúcar y en algunos casos, viene relleno de chocolate, el pan es sabor vainilla, se le cubre de azúcar roja, se le agrega naranja, nuez o relleno de calaveritas. 

En Guerrero el pan de muerto cambia de nombre según la región; ya sean amargosas, almas, o pan bordado, presentan distintas formas y se dedican a cada difunto en especial. 

En Yucatán a veces lo rellenan de queso crema y en Morelos lo hacen con forma humana de brazos cruzados, cubierto de azúcar roja.

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